domingo, 16 de septiembre de 2007

Por Eduardo Sacheri

Y asi luquitas se abrio un blog jejejeje
Creo q tendra comentarios de todo un poco y mucho futbol rodara por estas paginas
Y asi empieza este blog con un cuento muy emotivo (por lo menos para mi) q no se como se llama jejejeje


El decidió, de entrada nomás, dejarlo en libertad. Tenía la idea de que los
amores no se imponen, ni siquiera se eligen. Pensaba que en todo caso eran
los amores los que optan, los que se reimponen a uno. Por eso, con cierta
prescindencia fatalista pensó que si tenia que ser, sería, y que si no, era
inútil gastar pólvora en chimangos.
No lo fue fácil, sin embargo. Sobre todo cuando en sus narices otros rivales
se lanzaron a tratar de convencerlo. Le costo sobreponerse, y aceptar
sonriendo a sus tíos y primos y cuñados y amigos y vecinos tentándolo a
raulito, ofreciéndole camisetas y pelotas y gorritos, a cambio de promesas
de fidelidad a sus propios cuadros. Tampoco dijo nada cuando sorprendió a
mas de uno de esos buitres futboleros enseñándole al chico lo cantitos de la
cancha, instruyéndolo subrepticiamente en las rivalidades históricas,
ensalzando las hipotéticas virtudes de los unos y vilipendiando las
supuestas taras infames de los otros.
El los dejo. Un poco por esa resignación que era tan suya. Y otro poco
porque a veces, en sus días tristes, sospechaba que tal vez fuese mejor así,
que la cadena de afectos inexplicables se cortase con él, sin involucrar a
su hijo. Que tal vez el chico terminase siendo mas feliz siendo hincha de
algún grande, saliendo campeón de vez en cuando, viendo la cancha llena,
comprando "El Grafico" con su ídolo en la tapa. Si al fin y al cabo el venia
sufriendo hacia? ¿Cuánto? Más de veinte años desde aquel campeonato. Y
después la debacle. Hasta el descenso había tenido que sufrir? hasta el
descenso. Y a la vuelta, la desilusión grande del 94.
Justo en la última fecha, será de Dios, en la última fecha. Si faltaba tan
poquito, un empate y listo? pero ni siquiera.
Por eso, seguramente, acepto con entereza que Raulito, desde los nueve, mas
o menos, empezase a decir que era de River, como el Tío Hugo; aunque en el
fondo mas recóndito de su ser, el sintiese sinceros deseos de pasar al Tío
Hugo, lenta y dulcemente, por la picadora de carne y la maquina de hacer
chorizos.
Es que, a solas consigo mismo, sabia que le hubiese encantado que Raulito
saliese uno de los suyos. Que ahora que ya tenía trece, ahora que era todo
un hombrecito, habría sido lindo ir juntos a la cancha. A la tarde,
tempranito en el tren y en el 118, hablando de bueyes perdidos, mirando el
partido de tercera acodados en el escalón de arriba, dejando pasar la vida.
Pero igual no cambiaba de idea. No señor. Que si tenia que ser que fuese, y
si no, no. Igual, y por si acaso, cultivó su propia planta de leyendas
mentirosas, como mantener viva su persistente esperanza. Y aunque le daba un
poco de vergüenza comparar al equipo del 73 con la Selección del 86, igual
seguía adelante, envalentonado en su propia pirotecnia falaz, enternecido en
la admiración dibujada en los ojos de Raulito.
Esa tarde, la inolvidable, la definitiva, empezó como todas, con el mate y
la radio en la mesita de hierro del patio. El padre decidió prevenirlo de
entrada:
-Mirá hijo que hoy juegan contra nosotros.
Raulito lo miro con curiosidad.
-¿Y que problema hay, pa?
El padre, feliz en la sencillez del chico, termino sonriendo:
-Tenés razón, Raulito, ¿Qué problema hay?
A los veinte minutos penal para River. El chico lo miro al padre, como
dudando. El lo tranquilizo a pesar de si mismo:
- Gritálo tranquilo, Raulito. Eso sí: si después hay un gol nuestro, no te
enojes si yo lo grito.
- No, papá, si no me enojo ?le aclaro, muy serio.
Después grito el gol, pero no mucho. Fue un grito breve, un poco tímido. El
padre lo palmeo.
-No seas tonto, Raúl, gritálo todo lo que quieras.
-Así esta bien, pa ?fue toda su respuesta.
Al rato vino el dos a cero. Ahí el chico lo miro primero, y después dio un
par de aplausos, y eso fue todo.
-Che, ¿Qué clase de hincha sos vos? ¿Así te enseñó tu Tío Hugo a gritar los
goles?
-No, pa, el los grita como loco. Como vos los grita.
-Y entonces grita tranquilo hijo. ?y después añadió, con un guiño:- ojo que
en el segundo tiempo capaz que grito yo, ¿eh?
Se sentía en paz, dueño de una felicidad sencilla y robusta. Casi ni se
acordaba de que iban perdiendo. Empezaba a pensar que tal vez no fuese tan
terrible que su hijo fuera de River. A lo mejor iban a poder ir a la cancha
igual, turnándose un domingo cada uno, si el fixture ayudaba.
El segundo tiempo siguió por el trillado sendero de la tragedia. Un
contraataque y tres a cero. El pibe ni siquiera hizo un gesto cuando el
relator vociferó la novedad a voz de cuello -Che, Raulito, ¿Estas dormido,
vos? ?El padre lo palmeo con afecto.
-No papi, -Zarandeaba las piernas cruzadas en el regazo, como cuando pensaba
en cosas complicadas.
Luego aventuró: -No sé, me da un poco de lastima.
El padre se rió con ganas
-Dejate de jorobar, Raúl, y difrutalo. Total un partido más? uno menos?
Aparte, cuidado, pibe? bromeo -mira que a lo mejor todavía se lo empatamos.
Para colmo, y como dándole la razón, al ratito vino el tres a uno. El padre
lanzo un gritito contenido, tenso, como el que habrían dado los jugadores,
saludándose apenas entre ellos, disputándole la pelota a un arquero con
ganas de enfriar la cosa, corriendo hacia el medio campo para ganar tiempo.
El hijo lo miro sin tristeza. Cuando sus ojos se cruzaron, ambos sonrieron.
-Te dije pibe, ojo con nosotros. Mira que somos bravos.
Por lo que decían en la radio, el partido se estaba poniendo bueno.
- Escucha, Raulito: los tenemos en un arco.
Pero el aviso era inútil. El chico seguía el relato concentrado, serio.
Acompañaba las jugadas trascendentes como patadas en el aire, como jugando
el también su parte del asunto. El padre sonrió. Como son los pibes. Se
posesionan de tal modo que se sienten ellos mismos protagonistas del
partido. En realidad, no solo los pibes: un par de semanas atrás el mismo
había hecho trizas el termo en un esfuerzo supremo por despejar al córner un
disparo bajo que iba a sobrar fatalmente al arquero.
A los treinta, más o menos, tiro de esquina sobre el área de River. El chico
seguía enchufadísimo. Hasta balanceaba ligeramente el cuerpo de un lado a
otro, como todo buen cabeceador esperando el momento de correr un par de
metros y madrugar al marcador y pegar el salto y conectar el frentazo. Pero
había algo que al padre no le cerraba, algo en el modo en que estaba parado,
algo en la expresión de sus ojos negros.
El corazón le dio un vuelco cuando comprendió: el pibe se estaba perfilando
de atacante, no de zaguero. El movimiento era para zafarse de un marcador
pegajoso, los ojos tenían el fuego de vení bola, vení que te mando a
guardar. El brazo derecho se alzaba en el gesto que se le hace al siete de
ponéla acá, justo acá por lo que más quieras.
El relato se suspendió en una nota aguda, una de esas notas que se alargan,
que perduran en el aire, mientras el relator decide si tiene que gritar o
decir que paso cerca. Igual no hizo falta, porque la hinchada, de atrás de
ese arco, lo grito primero, y el relator en todo caso se encaramo después de
ese alarido. El padre lo grito con ganas, entusiasmado. Tres a uno es una
cosa, pero tres a dos es otra bien distinta, y entonces?
Tuvo que interrumpirse de golpe en sus divagaciones. Porque a sus pies, al
costado de la mesita, de rodillas, de cara al cielo, gritando como si lo
estuvieran desollando, con los brazos extendidos y las palmas abiertas,
mezclando los chillidos de su vos de nene y los ronquidos incipientes de su
madurez en ciernes, estaba el pibe, el pibe ya sin vueltas, ya sin chance
alguna de retorno, ya inoculado para siempre con el veneno dulce del amor
perpetuo, ya ajeno para siempre a cualquier otra camiseta, mas allá de
cualquier dolor y de todas la glorias, dando al cielo el primer alarido
franco de su vida.
El padre se lo quedo mirando, impávido, hasta que el pibe se quedo sin vos y
volvió a sentarse. Tuvo miedo de pronunciar palabra, como si cualquier cosa
que dijese conllevara el riesgo de destruir ese hechizo de epopeya. El pibe,
igual, no lo miraba. Estaba ciego a cualquier cosa que no fuese esa cancha,
ese arco de sus desdichas, ese reloj fugaz y traicionero, ese relato
interminable de centros llovidos al área y despejes agónicos. Sobre todo eso
el padre pensó después, porque en ese momento, agobiado en la constatación
de su pequeño milagro íntimo, apenas le quedaba tiempo de mirarlo al pibe,
de comérselo con los ojos, de grabárselo para siempre en el recoveco más
recóndito de su alma.
En eso estaba cuando, ya en el descuento, River jugo mal al off-side y el
nueve se escapo con pelota dominada. El relato radial se trepo de nuevo a
uno de esos agudos oraculares. El pibe se puso de pie, incapaz ya de tolerar
la tensión de la jugada. Con el rugido de la hinchada de fondo, padre e hijo
contuvieron el aliento, con el alma pendiendo de ese nueve que entraba al
área a liquidar el pleito, que punteaba la pelota por encima del arquero,
buscando el segundo palo. El relato se cortó de pronto, y cuando continúo ya
lo hizo en un tono menor, para explicar lo inexplicable: la pelota besando
el travesaño y yendo a morir al techo de la red, ya inútil, ya sin sentido,
ya con el árbitro pitando el final.
El padre se volvió a mirarlo. El chico estaba rojo de l abronca, con los
ojos muy abiertos de tan incrédulos, con los puños apretados de impotencia.
Pensó primero en decir algo, como para tratar de mitigar ese dolor en carne
viva. Pero lo disuadió la certeza de que era mejor así, porque así eran
siempre las cosas, y las cosas no podían estar mal, si así eran siempre.
Los labios del chico se torcieron en una mueca, por fin se lazó en un llanto
desbocado. Ya era grande. Lo suficiente como para querer llorar a solas. Por
eso se levanto de pronto y corrió hasta su pieza. El padre escucho el
portazo, y no necesito verlo para saberlo derrumbado sobre su cama, confuso,
dolido, ignorante de qué debe hacer uno con el dolor y con la rabia.
El padre lo supo llorando a mares, y se recogió en esas lágrimas. Porque uno
puede decir que es de muchos cuadros. Uno puede cambiar de idea varias
veces. Sobre todo si abundan los tíos y los primos grandes, dispuestos a
comprar con pelotas y camisetas la fidelidad de un corazón novato. Pero una
vez que uno llora por un cuadro, la cosa esta terminada. Ya no hay vuelta
atrás. No hay caso. De la alegría se puede volver, tal vez. Pero no de las
lágrimas. Porque cuando uno sufre por su cuadro, tiene un agujero
inentendible en las entrañas. Y no se lo llena nada. O mejor dicho, solo se
le llena con una sola cosa? con ganar el domingo que viene. De manera que
asunto concluido. La suerte está echada. Nosotros acá, el resto enfrente.
Algunos más amigos, otros menos. Pero de este lado nosotros, los de acá, los
que no tenemos en común, tal vez, victoria alguna, pero que compartimos las
lágrimas de un montón de derrotas.
Cuando su mujer salió al patio, extrañada de que su marido siguiese al
sereno en el atardecer frió del otoño, lo encontró llorando a él también,
pero unas lagrimas gordas, densas, de esas que abren surcos pegajosos en su
camino, de esas que uno llora cuando esta demasiado feliz como para
sencillamente reírse.
-¿Se puede saber que les pasa? ?pregunto la mujer confundida. El la miró,
sin preocuparse siquiera de ocultar sus lagrimas-: Hace rato que Raulito
entró a su pieza y dio un portazo, y me dice que no quiere que entre, y se
lo escucha llorar y llorar como loco. Y ahora salgo y te veo a vos también
moqueando ¿Me queres explicar qué cuernos pasa?
El hombre la considero con benevolencia. ¿Qué otra cosa podía hacer?
¿Intentar explicarle? ¿Cómo? Se conformo con mirarla, mientras seguía
sintiendo el fluir del tiempo en el gotero de cristal de ese momento
indestructible.
-Seguro que le ganaron a River y vos lo cachaste al chico, ¿no? Seguro que
te la agarraste con el nene, ¿no? ?Ella lo miraba con gesto de severo reproche -Semejante grandulón, ¿No te da vergüenza?
-No, Graciela, no le hice nada. Si River ganó 3-2. Al chico no le dije nada,
te juro ?respondió con calma, desde la cima de su paz reconquistada.
-Pero entonces no entiendo nada ¿Me decís que gano River, y el nene está
llorando como loco encerrado en su pieza?
-Si, Graciela. Ganó River. Pero el pibe no es de River, Graciela. ?Y se
sintió reconciliado con la vida, eufórico, agradecido, emocionado; dueño
legítimo y absoluto de las palabras que iba a pronunciar. Después se
incorporó, porque cosas así se dicen de parado:- Lo que pasa es que Raulito
es de Huracán, Graciela? ¡¡¡DE HURACAN!!!




saludos y hasta la vuelta

3 comentarios:

Pa Ti dijo...

este cuento como tantos otros de sacheri es excelente.

no se si leiste el de baltasar quiñonez y el de moron-chicago
leelos si no los leiste
ya! =P

jajaja

un abrazo hincha del globo

Perso dijo...

Muy bueno el blog, pero con esas letritas grises se dificulta la lectura. La hipotetica resurección de Baltasar Quiñonez es un gran cuento.

Anónimo dijo...

Excelente cuento..como todo lo que escribe Sacheri..
Mi preferido: creo que elijo "Goegrafia de Tercero", aunque es dificil quedarse con uno..
Lindo blog!

Mariela

maruac84@yahoo.com.ar

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en algun lugar, de este mundo, Christmas Island