lunes, 31 de diciembre de 2007

De Vuelta

Valía actualizar y acá estoy actualizando jajaja.-













Gianfredi, sentado en el banco de suplentes con la cabeza gacha, miraba sus botines. El partido que en los papeles pintaba para paseo, se había puesto durísimo y ya promediaba el segundo tiempo.

La pequeña cancha de los Albos estaba repleta. Era un club modesto de primera B que jamás en su historia había ganado ningún torneo, cuanto menos un campeonato oficial, y en ese partido se estaba jugando el campeonato, su primer campeonato y el consiguiente ascenso a primera división. Lo miró de reojo a Podestá, el técnico. Parecía una estatua tallada en piedra, no movía un músculo de la cara, pero se estaba jugando la ficha de su vida. Ya pisaba los sesenta, y había desfilado por más de veinte clubes de tercera y segunda de ascenso, jamás uno de primera. Nunca había obtenido algo mejor que un cuarto puesto y ahora con este modestísimo equipo tenía la gran oportunidad, tan esperada.

Para Podestá, Gianfredi no existía, le había pedido al presidente un nueve de Rosario, un pibe que la rompía y estaba de oferta, pero se le aparecieron con Gianfredi que, según los comentarios, después de despilfarrar fortunas por Europa volvía a su patria, poco menos que en silla de ruedas a robar las últimas monedas. El tiempo le había dado la razón, en los tres partidos que lo puso había decepcionado a todos.

¿Pero como llegué a esto? Yo, Gianfredi, ídolo en esta canchita a los diecisiete. Goleador en dos clubes grandes y aclamado en tres de los mejores equipos europeos. Tendría que ser millonario con la plata que agarré y estoy como empecé, pero viejo, escrachado, mirado con lástima, en el banco y sin chance de entrar. Galindo me aceptó el pase en blanco por dos pesos y más por política que por otra cosa. Quiso que el jugador que fui terminara la carrera en el club, durante su presidencia…

La modesta cancha con tribunas bajas de madera, hervía. La barra seguidora de siempre estaba enloquecida. Con los torsos desnudos, transpirados bajo el riguroso sol del verano porteño, no paraban de saltar, de empujar al equipo con estribillos y cánticos. Los plateístas, usualmente más circunspectos, también se habían soltado y alentaban individualmente a tal o cual jugador. También se escuchaban los gritos que llegaban de la cancha, los del equipo propio y los del rival. Aunque de los primeros, los únicos que gritaban eran el arquero, ordenando la defensa y el cinco, el vasco Altolaguirre, capitán, que les gritaba a todos. Las cámaras de TV no se perdían nada, porque el partido iba en directo, para desesperación de los cabuleros, que pensaban que la televisión era mufosa porque las veces que los habían transmitido nunca habían ganado.

¿Y estos…? Lloraron cuando me fui del club y ahora que estoy de vuelta no me aguantaron ni tres partidos. Como duelen los gritos de la hinchada cuando uno anda mal. Y las burlas. Pero tuve que aguantar, si salimos campeones voy a agarrar unos mangos que necesito. Aunque la vuelta no la voy a dar, la cara no me da para tanto, porque la verdad es que anduve para el orto, estoy hecho un desastre… y encima, achacado. Menos mal que el único que lo sabe es Gardino, amigazo el tordo y de toda la vida. Dice que no puedo jugar más, que estoy arriesgando la vida, que tengo no se que mierda en el bobo. Por suerte no se avivaron cuando me hicieron el examen de ingreso al club y el seguro de vida recién vence a fin de año. Le tuve que pedir casi de rodillas que no le avisara al tordo del club. Lo convencí diciéndole que no me iban a poner, justamente porque las veces que había entrado me había parado al empezar a sentir esa cosa jodida en el pecho y que este iba a ser mi último partido, que me dejara dar la vuelta olímpica.

El banco alrededor de Gianfredi, era un solo nervio. Todos gritaban, festejaban o lamentaban las jugadas que se iban dando. Ganaban uno a cero y con ese resultado eran campeones. Pero todos sabían como es el fútbol, y también que deberían ir ganando por tres o cuatro goles, pero la pelota no había querido entrar, los palos, el arquero rival que tenía su tarde de gloria y algún cruce milimétrico de los del fondo, lo habían impedido.¡Uno a cero, de penal mal cobrado y gracias! Un contragolpe, un pelotazo afortunado, una pierna mal puesta dentro del área y el sueño se desvanecía.

Había que ganar, el empate no servía. Estaban a dos puntos del primero que ya había jugado su último partido, y todavía faltaban veinte minutos. Pero no los veinte minutos, del que espera a la novia, al colectivo o que lo atiendan en el banco. Veinte minutos de un partido que se va ganado por la mínima diferencia y que significa un campeonato, es decir un siglo más o menos. Y este formidable desdoblamiento del tiempo es algo que todo hincha de fútbol conoce perfectamente, sin haber leído a Einstein.

¡Que bajonazo que tengo! Lo que más me jode es el ambiente en casa. Irene no me reprocha nada, al contrario, me dice que tenemos una linda casita, tres hijos hermosos, que todavía somos jóvenes. Pero yo se que nunca la escuché, por eso estamos como estamos. Y los chicos, los varones que tan orgullosos estaban de mí. Fueron dos veces a la cancha, escucharon como me insultaban y me vieron jugar tan mal… que humillados que están. No me dicen nada, pero me esquivan la mirada. La única que me hace sentir bien es la nena. Me dijo, papá a mi no me importa que no hagas más goles, yo te quiero igual y me abraza. Me dan ganas de llorar.

Los contrarios se habían ordenado, no tenía nada que ganar ni perder, ya habían pulsado el nerviosismo de los locales. Al fin y al cabo eran el equipo del barrio vecino, eternos rivales. ¿Y que cosa más hermosa que aguarles la fiesta a esos culos rotos?, porque para ellos, solamente de culo podían estar peleando el campeonato con el equipo que tenían. Ahora manejaban la pelota con serenidad y avanzaban lentamente asegurando cada pase. El vasco Altolaguirre con la camiseta totalmente empapada, la cara enrojecida, hacía sentir su vozarrón por toda la cancha. ¡Presionen la salida, carajo! ¡Chino agarra al cuatro que se está mandando arriba!, ¡Aprieten que faltan quince!

Pobre vasco, tiene tres años menos que yo, treinta y cinco. Ya es un dinosaurio futbolístico y nunca se movió del club. Después que me fui, estuvo a punto de pasar a un club brasileño, pero no se le dio. Y se quedó para siempre aquí. Creo que es el que más se merece el campeonato. Nunca pisó una cancha de primera y Galindo que lo aprecia, como todo el mundo, ya le dijo que si salimos campeones sigue en el equipo un año más. No quiero ni pensar lo que debe estar sufriendo.

En las tribunas se percibía que la mano no venía bien, el equipo se había acortado, estaban los once en su propio campo. El Perro Sanjurjo desde el arco pedía que salieran, que presionaran arriba, pero no había caso se venía el malón y cada uno hacía lo que podía. La línea de cuatro muy retrasada optaba por esperar y reventar la pelota adonde fuera. Los dos centrales, el hacha Barroso y el burro Roldán escribían una epopeya de las defensas heroicas. Los marcadores de punta, el ciruja Gómez y el chino Domínguez, trataban de frenar las subidas de los aleros, pero se les venían también los marcadores de punta. Un poco más adelante, el vasco Altolaguirre, el ocho, el diez y los punteros trataban de robar pelotas, de desacomodar a los que la traían dominada. Solo el colorado Nielsen con el nueve en la espalda quedaba adelantado a la espera de alguna cortada salvadora. Podestá, se había levantado del banco, con las palmas de la manos abiertas, las movía rítmicamente hacia abajo pidiendo calma, que pararan la pelota. Faltaban cinco.

Como se complicó, era un partido ganado en el vestuario, pero me parece que no están para aguantar, los nervios no los dejan pensar. Es un lindo equipito, jugadores de montón, pero con un corazón y unas ganas como pocas veces vi. Lo que es andar en la mala, ni esta me va a salir. Si no salimos campeones, me van a echar como un perro y encima sin un mango… Ay, ay, ay! Quedaron a contrapié, si se la cortan al once, el vasco no lo va a poder parar.

Y salió la cortada sobre el lateral izquierdo, el once la dejó pasar y la corrió, el vasco detrás. Cuando el delantero, ya olfateando el gol, pisó el área, Sanjurjo salió desesperado a tapar, pero el once tiró la gambeta larga a la derecha y lo dejó desparramado. Arco desguarnecido, solo tenía que tocarla, pero ahí llegó el vasco en el aire con los tapones de punta y le hachó los tobillos. Penal y roja indiscutible. El vasco, no lloró camino al banco, pero su expresión de desconsuelo era indescriptible. Justamente él, que se había matado todo el año, iba a ser el responsable de la derrota y la pérdida del campeonato. Lo pateó el mismo once. Ni tomó carrera, la colocó con clase en un ángulo bajo, el perro ni se movió. Uno a uno, la gran ilusión se hacía trizas. Faltaban tres.

Podestá sin mirarlo, con esa cara opaca, gris, que no traslucía ninguna emoción, dijo: Gianfredi, caliente un poco que entra por Ordóñez… Gianfredi levantó la cabeza y quedó estático como masticando la orden. Luego se paró, elongó gemelos, cuádriceps, hizo algunos movimientos para aflojar la cintura y ensayó unos trotecitos cortos frente al banco. Cuando el cuarto árbitro, levantó el cartel luminoso con un número ocho que indicaba el cambio y Ordóñez, cabizbajo, trotó hacía el banco, Gianfredi que lo esperaba, chocó palmas con él e ingresó al campo.

Lo que faltaba, que me quieran colgar el San Benito de este desastre. Yo estuve bien puteado en los otros tres partidos, pero aquí no tengo nada que ver. Ni en mis mejores años hubiera podido hacer algo a esta altura del partido. Estoy en el banco solamente porque mi nombre en la formación podía mejorar la recaudación. Y ahora este turro de Podestá me pone porque se la ve venir. No va a faltar algún periodista poco informado que diga: “A la vista de la magnífica oportunidad desperdiciada por los Albos para obtener su primer campeonato, resulta incomprensible que en un partido de tamaña envergadura, el técnico haya decidido prescindir de un hombre con la historia y la experiencia de Gianfredi” Las veces que habré escuchado o leído este verso. Lo que quiere es que en estos dos minutos todos vean porque no me puso antes.

La tribuna local, había callado. La desazón, la angustia, el dolor que importaba un bello sueño hecho pedazos los había ganado a todos. Lo aplaudieron un poco a Ordóñez al salir pero a él, que caminaba cansinamente hacia su puesto sobre el lateral derecho. lo miraban con resignación e indiferencia. Solamente resonaba en el estadio el clásico cantito entonado, sin mucho entusiasmo, por la tribuna visitante “…se quema, se quema, se quema y se quemó, a los Albos se le queman las ganas de campeón”.

Sus compañeros tampoco parecieron enterarse de su ingreso y el comprendió que no le iban a pasar la pelota, quedaban dos minutos, la iban a manejar los más hábiles, con mejor estado físico. El tiempo seguía pasando, pero ahora en forma inversamente proporcional, con una velocidad alucinante

Los rivales estaban hechos, el objetivo se había cumplido. No valía la pena arriesgar, no fuera cosa que en la locura de la derrota alguno saliera a lastimar. Todavía había que volver al barrio. Se plantaron firmes en defensa y retrasaron el equipo, solo era cuestión de cuidarla y esperar.

Cuando algún rival avanzaba por su carril, Gianfredi intentaba marcarlo, pero no tenía velocidad, la molestia en el pecho cada vez más intensa lo tenía asustado, así que lo pasaban como poste. La hinchada le dedicaba el más cruel de los insultos: la indiferencia total.

El tiempo de juego se había cumplido, pero el árbitro había indicado dos minutos más, ya se había ido uno. Quedaban segundos. El colorado Nielsen, que era el nueve y goleador del equipo, robó una pelota en media cancha y decidió jugarse la patriada, pero comprendió que no podría pasar, tenía delante una nube de defensores, necesitaba hacer una pared. Miró, estaban todos marcados, el único destapado sobre el lateral derecho era Gianfredi, no lo pensó más, se la dio y picó a esperar la devolución cerca del área. Gianfredi, de una ojeada, entendió que la jugada era tan obvia, que el nueve no la recibiría de vuelta, y que si lo hacía, tendría tres hombres encima antes de tocarla. Amagó el pase, pero la empujó por el lateral, casi sobre la raya de cal, y corrió tras ella, el marcador de punta salió como una flecha al cruce. Con un gesto de dolor en la cara lo dejó venir, cuando lo tuvo encima enganchó hacia adentro, el otro pasó de largo. La volvió a tocar hacia adelante pero se le fue larga, si no picaba se le iba por el fondo.

¡Pero que boludo, se me fue larga, carajo!, Si pico, la agarro y tiro el centro, pero ¿para qué?, el único que va a llegar es el colorado… ¿y como va a cabecear entre todos esos…?

En las tribunas, nadie respiraba, con los puños apretados seguían la jugada de Gianfredi, Cuando se le fue larga un lamento colectivo recorrió el estadio, pero de pronto, respondiendo a una inspiración superior, Gianfredi picó como en sus mejores tiempos. Llegó a la pelota a dos metros de la línea de fondo y cinco del borde del área, poco menos que un tiro de esquina. Se abrió un poco para darle bien, colocó el pié izquierdo a la altura de la pelota y sacó el derechazo, como los que saben. La calzó más bien abajo, de chanfle, con borde externo de pie derecho, tres dedos que le dicen. La pelota levantó vuelo rotando sobre si misma furiosamente hacia la derecha. El arquero intuyó que no era un centro y corrió a cubrir el primer palo. La pelota en el aire parecía dirigirse al banderín del córner, pero al pasar frente al primer palo girando y girando con un suave siseo comenzó a doblar hacia la derecha y a bajar. El arquero la miró como quien mira pasar un avión.

El mundo se paralizó, nadie respiraba en las tribunas, ni los jugadores en la cancha o en el banco, ni los que miraban por televisión, ni los relatores de radio. Nadie. El tiempo se había detenido. Solo existía una pelota de fútbol girando en el aire como un estrafalario planeta blanquinegro mientras Gianfredi con el equilibrio perdido, dando tumbos, caía dentro del área.

Miles de pupilas dilatadas, sin pestañear, la transpiración fluyendo por todos los poros, puños, dientes apretados y la pelota que rotando como un trompo, mágicamente, se cerraba y bajaba, más y más… Pegó en la parte interna del segundo palo, picó adentro del arco y se depositó mansita, pero todavía girando, junto a la red, como besándola con amor.

¡Un golazo de aquellos!

El árbitro señaló el centro de la cancha convalidando el gol. Caminó tres pasos en esa dirección levantó el brazo y pitó el fin del partido.
¡Los Albos eran campeones!

Antes que el pitazo final sonara, el mundo había explotado. En los veinte segundos que siguieron al gol, simultáneamente, ocurrieron muchas cosas. Las tribunas eran una sola catarata de cuerpos brillosos de sudor y caras desencajadas que bajaban trastabillando hacia el alambrado con un grito de gol interminable en sus gargantas. Saltando, gritando, se abrazaban unos con otros, reían, lloraban, expresando la pasión brutal del fútbol en su más cruda belleza. Los jugadores colgados del alambrado tiraban sus camisetas a la hinchada, descargando la tensión contenida durante un partido interminable, la alegría recuperada cuando ya no quedaban esperanzas.

Desde la platea un señor gordo con un sombrero piluso, que se había cansado de putearlo, gritaba frenéticamente: ¡Gianfredi, yo sabía que ibas a aparecer, ídolo! Podestá, el técnico cara de piedra, sentado en el banco ocultaba la cara entre las manos y lloraba convulsivamente como un niño toda una vida dedicada al fútbol que, por fin, había encontrado su premio. En el bullicio general una palabra era escuchada repetidamente: Gianfredi.

El estallido de gol, gritado por diez mil almas había despertado al barrio, los gorriones habían levantado vuelo y se habían abierto las ventanas. Los autos tocaban bocina, hasta las señoras jóvenes y las mayores, siempre desinteresadas por el fútbol, levantaban sonriendo sus brazos al cielo. El barrio rejuvenecía, los árboles eran más verdes, el aire se había perfumado con las flores de los jardines y hasta el vigilante de la esquina ensayaba un pasito de baile... La vida era hermosa. En la casa de Gianfredi, la nena que era la única que estaba mirando el partido había dicho hacía un rato con tono sombrío: nos empataron. Y luego: va a entrar papá. La mujer con un plato en la mano y los chicos, lentamente como al desgano, se habían acercado al televisor. Ella había lanzado el plato al aire, gritado ese gol como ningún otro en su vida y lloraba abrazada con sus hija mientras los chicos descargaban la bronca contenida gritando a la pantalla: ¡Vamos viejo todavía! y a la hinchada enfocada por la TV: ¡Puteenlo ahora, tiraculos!

En la verja del jardín se habían colgado unos chiquilines que coreaban: ¡Gian-fre-di, Gian-fre-di! Un manto de felicidad había caído sobre la barriada, el sueño se había hecho realidad. El modesto equipo que amaban por que era parte del paisaje cotidiano accedía a la primera división, por primera vez en su historia.

Todo ocurría en esos veinte segundos posteriores al gol. En la tribuna visitante, un muchacho había dicho amargamente: es increíble, estos culosrotos, campeones y un viejo le había retrucado: si, son unos culosrotos pero lo tienen a Gianfredi, entró dos minutos y ganó un campeonato, si jugaba todo el partido nos hacían nueve, es un grande, pibe. En los replay televisivos, Gianfredi comenzaba a arrancar, a enganchar, a picar, a pegarle como los dioses, así lo haría una y otra vez durante días, quizás, años.

Y también en esos veinte segundos, algunos hinchas que habían entrado al campo, ayudantes de campo, todos los jugadores titulares y suplentes, semidesnudos, los brazos en alto con el vasco Altolaguirre a la cabeza, corrían hacia Gianfredi, para abrazarlo, besarlo, levantarlo en andas y llevarlo así, a dar la vuelta olímpica.

Pero Gianfredi, no los veía ni los escuchaba venir, tendido inmóvil, con una expresión de infinita paz y una tenue sonrisa dibujada en sus labios, miraba, ya sin ver, el descolorido, amarillento pasto de la cancha de los Albos, campeones de la B.




No se de quien es, pero dejo la pagina de donde lo saque. http://www4.loscuentos.net/cuentos/link/996/99648/

miércoles, 14 de noviembre de 2007

La Pelota

Así define la Real Academia Española a la palabra pelota:

pelota1.

(Del prov. pelota, y este del lat. pĭla).

1. f. Bola de materia elástica que le permite botar, y que se usa en diversos juegos y deportes.

2. f. balón (pelota grande).

3. f. Juego que se hace con la pelota.

4. f. Bola de materia blanda, como la nieve, el barro, etc., que se amasa fácilmente.

5. f. Bala de piedra, plomo o hierro, con que se cargaban los arcabuces, mosquetes, cañones y otras armas de fuego.

6. f. Batea de piel de vaca que usaban en América para pasar los ríos personas y cargas.

7. f. Acumulación de deudas o desazones que, siendo una por una de escasa entidad, juntas resultan graves.

8. (Porque pasa por todas las manos). f. coloq. prostituta.

9. f. Dep. En gimnasia rítmica, aparato con el que se realizan diversos ejercicios.

10. f. Ant. y Ven. béisbol.

11. f. Nic. Grupo de amigos.

12. com. coloq. Persona aduladora, que hace la rosca.


Bueno, de todas estas definiciones solo usaremos la primera, ya que nos queremos referir a la "Bola de materia elástica que le permite botar, y que se usa en diversos juegos y deportes" o mas específicamente, a la pelota de fútbol, a aquella que Quique Wolff la llama la caprichosa, la que elije quien gana el partido, por que ella es la principal atracción de este juego, de esta cosa q llamamos fútbol, de esto que nosotros tanto valoramos, y de eso que seguimos a nuestro club por todos lados, de decirle "Te Amo", de expresarle nuestros sentimientos a algo que no es un ser humano, pero que lo queremos tanto como a nuestros viejos y/o hijos.-

La pelota tiene que soportar los golpes del rustico, las caricias del habilidoso, las quejas de los que solo ven, y las pretensiones de esa gente grande de traje y corbata que solo saben de fútbol, de tanto verlo por televisión.-

El cuento de Cristian Maldonado titulado "¿Porqué?" explica bien el sentido que tiene la pelota, y que objetivo tiene:


Entre bostezos, Oscar no tuvo más remedio que callar el televisor. Aún quedaban 15 minutos, pero sintió que ya había sido demasiado benévolo soportando ese monótono cero a cero, ese evidente epítome del racanismo.

Se lavó la cara con agua fría, recogió una camiseta de la soga, prendió la radio, sacó dos ciruelas de la heladera y salió para el club.

Oscar Quintas era, entre otras cosas, entrenador de un equipo de fútbol de niños, a quienes intentaba contagiarles esa pasión por jugar con alegría que tiempo atrás le habían contagiado a él.

Cuando esa tarde se paró frente a los chicos, decidió revelarles el secreto de la pelota. La tomó de abajo, la miró, la levantó con la yema de los dedos y seriamente preguntó:

- ¿Saben ustedes de qué está hecha la pelota?
- De cuero - gritaron los niños sin temor.
- ¿Y de dónde se saca el cuero? - volvió a inquirir el entrenador.
- De las vacas - respondieron con curiosidad.
- ¿Y me pueden decir qué es lo que comen las vacas?
- Pasto - aseguraron pensativos.
- Ah... ¿Por dónde le gusta ir a la pelota, entonces?

Entonces deberíamos decir que la pelota tiene que estar siempre en el piso, ahí con el pasto, comiendo, pero ¿si no hay pasto?, la hacemos correr por la tierra o el asfalto, o por lo que haya en el piso, si total lo maravilloso de esto es verla rodar.-
Pasemos a hacer un poco de historia con respecto al balón:
El fútbol fue jugado por primera vez en Egipto, como parte de un rito por la fertilidad, durante el Siglo III (a.c).
La pelota de cuero fue inventada por los chinos en el Siglo IV (a.c.).
Los chinos rellenaban estas pelotas con cerdas. Esto surgió, cuando uno de los cinco grandes gobernantes de China en la antigüedad, Fu-Hi, apasionado inventor, apelmazó varias raíces duras hasta formar una masa esférica a la que recubrió con pedazos de cuero crudo.
Acababa de inventar la pelota. Lo primero que se hizo con ella fue sencillamente jugar a pasarla de mano en mano. No la utilizaron en campeonatos.
En la Edad Media hubo muchos caballeros obsesionados por los juegos con pelota, entre ellos Ricardo Corazón de León, quien llegó a proponer al caudillo musulmán Saladino,
que dirimieran sus cuestiones sobre la propiedad de Jerusalem con un partido de pelota.
Los Hindúes, los persas y los egipcios adoptaron este elemento para sus juegos,
utilizándolo en una especie de handball o balonmano.

Cuando llega a Grecia, es llamada esfaira (esfera).
Los romanos la comienzan a denominar con el nombre de "pila" que con el tiempo se transformaría en pilotta, evolucionando el término a la denominación actual.
Los griegos y los romanos practicaron el fútbol, y estos últimos los llevaron a las islas británicas. El juego se convirtió en deporte nacional inglés, y a principios del Siglo XIX dio origen al rugby.
El fútbol moderno tuvo su origen en Inglaterra en el Siglo XIX.
Pero su nacimiento es muy anterior, puesto que los juegos de pelota practicados con el pie se jugaban en numerosos pueblos de la antigüedad.
El Harpastum romano es el antecedente del fútbol moderno, y se inspiró en un juego griego que utilizaba una vejiga de buey como pelota. Los romanos, en época del imperio, llevaron a Britania este juego, donde -según datos legendarios- se practicaba una especie de fútbol nativo.
Durante la Edad Media el fútbol fue prohibido por su carácter violento, y recién en 1848 apareció el Primer Reglamento de Cambridge,
destinado a unificar las distintas reglas que se utilizaban.
En 1863 se crearon nuevas reglas y el fútbol se separó definitivamente del rugby.
El 21 de mayo de 1904 se funda la FIFA (Federación Internacional del Fútbol Asociado) y por primera vez se establecen reglas mundiales.

LA COPA MUNDIAL
El 26 de Mayo de 1928, el Congreso de la Federación Internacional de Fútbol Asociado,
ubicado en Ámsterdam decidió,
organizar una competencia (la Copa Mundial) de todas las naciones afiliadas.
En 1930 se realiza el Primer Campeonato Mundial de Fútbol en Uruguay.
La Selección Uruguaya sale Primer Campeón Mundial de Fútbol, tras vencer a la Selección Argentina por 4 a 2.
De los puntos más resaltantes de la historia de la Copa Mundial tenemos como país que ha estado presente en todas las fases finales desde 1930, a Brasil, con un total de 15 veces. También cabe resaltar que los Brasileños han ganado 49 de los 73 partidos jugados.
Entre personajes destacados esta Fontaine, Francés quien tiene el récord de más goles marcados durante una fase final, obtenido en el mundial de Suecia en 1958.
Y Edson Arantes do Nascimento, Brasileño, conocido en todo el mundo como Pelé, como el jugador que ha participado y ganado en tres Copas Mundiales, 1958, 1962 y 1970.


ANTECEDENTES HISTORICOS
Los antecedentes más reconocidos del fútbol son el Kemari, un juego de pelota que se disputaba en Japón en el siglo V antes de Cristo, y el calcio italiano, un juego muy parecido al fútbol que se jugaba en las plazas públicas italianas en el siglo V. También se conocen indicios de deportes similares al fútbol en las civilizaciones de la América Precolombina.

1863: nacimiento del "football" y escisión del "rugby"
Sin embargo, el nacimiento del fútbol, tal y como hoy lo conocemos, suele fecharse el 26 de octubre de 1863, día en que se constituyó la English Football Association en una reunión celebrada en la Freemason's Tavern del centro de Londres, en Inglaterra. A esa reunión asistieron representantes de diversas escuelas que se practicaban diferentes variantes del fútbol, con el objetivo de unificar criterios, establecer las primeras normas, y consensuar un nombre con el que denominar al deporte.
En la reunión hubo serias discrepancias entre las escuelas (lideradas por la de la ciudad de Rugby) partidarias de permitir el uso de las manos, y las escuelas (lideradas por la de la ciudad de Harrow) partidarias de permitir exclusivamente el uso de los pies y la cabeza.
No hubo acuerdo entre las dos tendencias, y en la reunión de la Freemason's Tavern se confirmó definitivamente la escisión entre las dos tendencias. Los partidarios de jugar exclusivamente con los pies acordaron allí mismo las primeras reglas, llamar al nuevo deporte "football", y crear la English Football Association (Asociación Inglesa de Fútbol).
A la "Asociación Inglesa de Fútbol" se adhirió el Sheffield, club fundado en 1857 para la práctica de una de las variantes del fútbol, y que está considerado el primer club de fútbol de la historia.
Las escuelas partidarias de permitir el uso de las manos, lideradas por la Escuela de la ciudad de Rugby, se retiraron de la reunión y, establecieron las bases del deporte al que precisamente denominarían "Rugby". En 1871 fundaron la Football Rugby Union, la primera organización de ese deporte.
Y bueno este fue el breve paso de lo mas fundamental del fútbol y de todo el planeta, sin pelota el fútbol no existe, ya que si no hay pelota no se puede jugar, o me van a decir ¿cuántas veces se quedaron con ganas de terminar el picadito por que el balón se quedo arriba de un árbol, en la casa de la vecina q esta durmiendo la siesta, o se pincho? Pero po' favo'!!

Desde acá, desde mi humilde lugar, dejo esto explayado con un buen fuchibol de especulaciones, y recuerden la pelota siempre al piso, ahí comiendo pasto, nada de maltratarla o de andar boludiandola, ella tiene sentimientos, y mientras mejor la trates, más va a estar de tu lado.-


viernes, 9 de noviembre de 2007

La Eterna Resurreción

Tiene esa particularidad Huracán: la constancia de resucitar cuando las circunstancias parecen empujarlo a organizar su propio velorio. Estaba resquebrajado, casi deshecho, su horizonte de Primera antes de la última fecha de la B Nacional. No había razón numérica para que esa gente que fue local en el José María Minella, de Mar del Plata, estuviera allí. Huracán, el de tantos golpes y tantas averías, debía ganar, esperar y rezar por resultados de otras canchas. Pero otra vez estuvo la fe, la militancia quemera, la sensación de que una ocasión más un equipo con el globo en el pecho podía ser motivo de orgullo. Y Huracán lo consiguió: le ganó 2-1 a Aldosivi y la combinación de resultados terminó siendo una preciosa ruleta que lo ubicó en la final por el segundo ascenso contra San Martín de San Juan.

Como si la estela del espíritu inquebrantable de Jorge Newbery, imprescindible partícipe y benefactor en los tiempos fundacionales, brotara ante cada decadencia. Como si los duendes de los gloriosos años 20 o los de Masantonio y Baldonedo o los de Tucho Méndez y Jorge Alberti aparecieran cada tanto para devolverle al club la grandeza de días menos traumáticos. Como si aquel pasado indeleble se hiciera, de repente, presente por un rato.

También por eso ahora, casi con carácter mágico, habrá una nueva fiesta el sábado. Una final por la que, en Parque de los Patricios y sus continuidades geográficas, los hinchas ya preguntan cómo hacer para garantizarse una entrada. Estará lleno el Ducó como en tantas tardes y noches desde aquel 4-3 inaugural, frente a Boca, en 1947. Entonces, volverá a suceder el pequeño milagro de la eterna resurrección.


Por Waldemar Iglesias del Diario Clarín

jueves, 4 de octubre de 2007

El Idolo!!

Este esta dedicado para vos Walter Coyette, el jugador incomprendido del Club Atletico Huracan


Sabelo q yo te re banco Walter!!




El ídolo


Y un buen día la diosa del viento besa el pie del hombre, el maltratado, el despreciado pie, y de ese beso nace el ídolo del fútbol. Nace en cuna de paja y choza de lata y viene al mundo abrazado a una pelota.

Desde que aprende a caminar, sabe jugar. En sus años tempranos alegra los potreros, juega que te juega en los andurriales de los suburbios hasta que cae la noche y ya no se ve la pelota, y en sus años mozos vuela y hace volar en los estadios. Sus artes malabares convocan multitudes, domingo tras domingo, de victoria en victoria, de ovación en ovación.

La pelota lo busca, lo reconoce, lo necesita. En el pecho de su pie, ella descansa y se hamaca. Él le saca lustre y la hace hablar, y en esa charla de dos conversan millones de mudos. Los nadies, los condenados a ser por siempre nadies, pueden sentirse álguienes por un rato, por obra y gracia de esos pases devueltos al toque, esas gambetas que dibujan zetas en el césped, esos golazos de taquito o de chilena: cuando juega él, el cuadro tiene doce jugadores.

-¿Doce?¡Quince tiene! ¡Veinte!

La pelota ríe, radiante, en el aire. Él la baja, la duerme, la piropea, la baila, y viendo esas cosas jamás vistas sus adoradores sienten piedad por sus nietos aún no nacidos, que no las verán.

Pero el ídolo es ídolo por un rato nomás, humana eternidad, cosa de nada; y cuando al pie de oro le llega la hora de la mala pata, la estrella ha concluido su viaje desde el fulgor hasta el apagón. Está ese cuerpo con más remiendos que traje de payaso, y ya el acróbata es un paralítico, el artista una bestia:

-¡Con la herradura no!

La fuente de la felicidad pública se convierte en el pararrayos del público rencor:

-¡Momia!

A veces el ídolo no cae entero. Y a veces, cuando se rompe, la gente le devora los pedazos.

martes, 18 de septiembre de 2007

Roberto Fontanarrosa

Segundo cuento de mi blog y este se el nombre, lo leí el otro día y me encanto


El "Pichón de Cristo"



Te cuento, Macho, que la cargada la hicimos nosotros. Nos largamos a hablar, ¿viste? a farolear. Nos agrandamos, ¿viste? Y... ¿querés que te diga?, al pedo, al reverendo pedo. Porque, después de todo, nosotros no le habíamos ganado nunca, empatamos los dos partidos y fueron partidos parejos, ¿viste? que estaban para cualquiera. Pero, yo no sé, hubo gente que empezó a decir que nosotros la hacíamos de trapo. Y nosotros nos entusiasmamos, agarramos el bochín y, ¿sabés que? el agrande, viejo, el agrande. Entonces ellos se engranaron e hicieron la justa, porque la verdad que estuvieron bien, un día llaman por teléfono al club, hablan con el Tordo y le dicen que querían jugar con nosotros, ya que fuera del campeonato, que querían jugar con nosotros. Que al domingo siguiente que terminara el campeonato hiciéramos un partido en cancha de ellos, en cancha neutral, donde se nos cantaran las pelotas, mirá vos, nos relajaron.
Me acuerdo que el Tordo vino todo cagado adonde estábamos entrenando, a decirnos.
Y... ¿qué íbamos a hacer? Teníamos que agarrar viaje, no nos íbamos a ir al mazo después de todo el quilombo que habíamos armado, te imaginás. Pero la verdad que nos pegamos un sorete bárbaro, porque decíamos: “Estos, ¿sabés qué? nos deben querer pasar por arriba”. ¿Sabés el hambre con que nos debían estar esperando? Además, ellos estaban agrandados porque salían campeones, la gente los seguía por todos lados, nos querían romper bien roto el orto.
Así que te imaginás cuando viene Lopecito, el preparador físico a decirnos que el Pacú se había lesionado, nos queríamos morir. El Pacú será medio loco pero es un arquerazo, es el mejor arquero de la liga, de eso no te quepa ninguna duda, y se nos viene a lesionar un día antes del partido con estos hijos de puta. Porque cuando nos avisaron lo del Pacú ya habíamos aceptado el desafío, porque eso ya era un desafío, ¿viste? un desafío de esos de los pibes y al día siguiente teníamos que viajar a Bombal porque, de última, se había decidido hacer el partido en cancha neutral. ¡Qué lo parió! Te imaginás el quilombo. A un día del partido y sin arquero. Porque el boludón de Medina no lo contábamos; primero, que es un bagre de no creer; después, que ni siquiera había ido a entrenar las últimas semanas y además no sé quién lo había visto con un pedo tísico, por ahí, por Chovet, de pura joda. No le íbamos a ir a hablar del partido porque no nos iba a entender el desgraciado.
¡La mierda! Bueno... ¿qué hacemos? Incluso pensamos en llamar a estos tipos y decirles que postergáramos el partido, que esperáramos hasta que el Pacú se mejorase la gamba, se había jodido la gamba, un tirón. Pero... ¿sabés qué?, lo primero que iban a pensar era que nos habíamos recagado en las patas. Que arrugábamos. Que eran todos versos para ni jugar. En eso cae Manolito, cuando estábamos discutiendo el fato y dice que por qué no lo llevábamos al “Pichón de Cristo”. El “Pichón de Cristo” es un flaco que había jugado una vez en contra nuestro un amistoso, creo que en Máximo Paz. Un flaco, viste, esquelético, las piernitas, mirá, como las patas de esta mesa, te parecía mentira que pudiera atajar.
Yo, personalmente, ni me acordaba cómo atajaba. Me acordaba de la pinta porque, la verdad, era un pichón de Cristo, no le decían al pedo así. Mirá, sería más o menos como el Luis, ¿viste? no sé si no era más flaco. Pero más alto, y más ancho de arriba, bien de arriba, para colmo con el pelo largón y barbita, cagate de risa, el “Pichón de Cristo”.
Te digo que, cuando el Manolito vino con ésa, la mayoría de los muchachos estaba tan en bola como yo uno dijo que ese día había atajado un vagón, pero me perece que lo dijo por decir, pero lo cierto era que la gente de los otros pueblos, decían que el flaco se pasaba. Y eso que ni siquiera había firmado para “San Martín” de Chovet. Sabíamos que estaba ahí, pero no sabíamos si había firmado o no.
Como ya era el día del partido y veíamos que se nos hacía la noche, el pato y el hijo del Pato cazaron la picá y se mandaron para Chovet a traerlo al ñato. Medio que había ¿cómo decirte? un acuerdo con los de “Independiente” de Bigand, de presentar los mismos equipos que habían estado jugando al campeontao. Digamos, no se había hablado de eso pero se daba por sentado que vos no ibas a caerte a jugar ese partido con cuatro o cinco monos de primera, ¿viste?, cuando los muchachos cazan las licencias del verano y se van al campo a hacer algo de mosca. Vos sabés que lo llamo al “Sopita” Martínez, le digo de ir a jugar y el “Sopita” viene como por un tubo. O el “Conejo”. Pero... pero... la joda era jugar con los mismos equipos que se había jugado en la liga. Ahora, en el caso del “Pichón de Cristo”, qué sé yo, podíamos decirles que lo teníamos a prueba para el próximo año, que ya había firmado, no sé. Además, ellos, con tal de no verlo al Pacú atajando para nosotros, cualquier cosa, mirá, que lo lleváramos a Fillol, a cualquiera, iban a aceptar cualquier cosa.
Mirá, no te la voy a hacer muy larga. Fuimos a jugar y era un quilombo de gente. Mirabas detrás del alambrado y te daba miedo. Y ellos estaban con todo, ¿eh? Se habían aguantado una semana sin chupar, entrenando como siempre, sin salir de joda después de haber ganado el campeonato para agarrarnos a nosotros y rompernos el culo.
Y bueno, te la hago corta. ¿Sabés quién nos salvó de que nos cagaran, pero que nos cagaran a goles? El “Pichón de Cristo”. ¡Dios mío lo que sacó ese animal! ¡Hijo de puta! Ellos no lo podían creer y, nosotros, ¿sabés qué? menos. Si vos le veías la pinta al flaco en el arco y pensabas: “acá le pegan un pelotazo en el pecho y lo destrozan al flaco”.
Mirá, le sacó al “Tachuela” un cabezazo de pique al suelo que todavía no lo puedo creer. Un balazo, ¿eh? En un corner apareció el “Tachuela”, ¡qué bien cabecea ese hijo de puta!, entre mil, entre mil que habían saltado y se la pone de pique, abajo. Este se tira y la saca. Dos mano a mano con el wing, el negrito, ese que le dicen “Pacha”. Un voleo... ¡Uy Dios lo que fue ese voleo, me había olvidado! Un voleo que agarró el “Gallego” en el punto del penal, seco, abajo, que éste yo no sé cómo hizo, se tiró y la rechazó con esto, con el antebrazo, yo no sé cómo no se lo quebró, y rebotó como hasta media cancha. Y después, qué se yo, mil, mil porque nosotros no parábamos ni el colectivo, nos pasaban por el lado, nos pegaron un zaino que ni te cuento. Y no fue un ratito.
¿Viste que hay partidos en que por ahí te agarran mal parado y los primeros diez, quince minutos, te cagan a pelotazos?... Acá no. No. Fue así todo el partido, querido, nos dieron un zaino que no te lo quieras creer. Y nada de toquecito o de ole. No. ¿Qué toquecito? Los negros se venían a sacamos los ojos, metían centros y entraban quince, qué sé yo, mil. Los hijos de puta la tenían adentro y nos querían basurear, nos querían pasar por arriba. Decí que estaba el flaco. Increíble. En el último minuto le tapó un bombazo al cinco que yo me di vuelta para no mirar porque dije: “Aquí lo mata”. Y en tiempo de descuento, otra, esa fue la máxima! Ya el área nuestra era un quilombo, estábamos todos ahí adentro. Se arma una de rebotes después de un comer y el ocho de ellos, el “Pantufla”, desde el borde del área, le da fuerte al palo derecho del “Pichón de Cristo”. El flaco se tira... ¡y no va Huguito y se la toca en el aire! Le pega ¿viste? le pega la cadera al Huguito que haba cerrado y le cambia el palo al “Pichón”. Yo la vi adentro, ¿viste? La vi adentro. Porque el flaco ya se había tirado, estaba en el aire cuando Hugo le cambia el palo. Yo no sé, no sé cómo hizo. Giró en el aire... ¿viste como los nadadores cuando llegan al final de la pileta y giran para volver para el otro lado? Este hizo algo así, en el aire, le pegó un manotazo apenitas con la punta de los dedos y la dejó ahí, picando a diez centímetros de la línea. Llegué yo y, ¿sabés qué? le puse tamaña quema que creo que la perdí. La saqué del pueblo. No la quería ver más a esa hija de puta. Y terminó el partido. Los de “Independiente” no lo podían creer. No lo podían creer. Se agarraban el bocho. Se la comieron doblada los hijos de puta, con un nudo en la tapún.
Y bueno, te cuento. En el vestuario, te imaginás, los abrazos con el flaco, con el arquero. Una barbaridad, una barbaridad. Y el flaco, calladito, ¿viste? no decía nada, o se sonreía, tenía tierra hasta en el ojete pobre flaco, si se la había pasado revolcándose. Los muchachos se bañaron y yo me retrasé un poco. Medio porque antes de bañarme estuve como media hora tirado arriba de un banco de la palmera que tenía. Además, me habían pegado un puntín acá, detrás del muslo, que cuando se me enfrió el músculo me dolía como la puta madre.
Después me bañé y me empecé a cambiar. Fue en eso que lo veo al flaco que salía de la ducha. Y fue raro... porque venía con la toalla atada a la cintura, en ojotas, y en eso pasó por debajo de una ventanita donde entraba sol y el sol le dio en la cabeza, ¿viste? y se le formó como una aureola, sabés de qué?, pienso... de ese vapor que te sale del cuerpo cuando terminas de bañarte. Lo estaba mirando cuando veo que tenía las palmas de las manos lastimadas, las dos. “¿Qué te pasa?” le pregunto. “¿Dónde?” me dice. “En las manos”. “Ah, me pisó el nueve”, me dice. Me pareció raro, ¿viste? porque me acordaba que el flaco había atajado con guantes. Después también le viché un raspón bastante fulero por acá, en las costillas. Pero parecía un raspón viejo, de algún otro partido. Después el flaco se cambió rápido, como si estuviese apurado, pero me dio la impresión de que no quería que yo le hiciera más preguntas. Y... ¿sabés lo que se me ocurrió pensar? Eso les lo que te quería contar. Sabés lo que se me ocurrió pensar? Mirá que uno a veces es boludo, porque por ahí el tipo es un tipo tímido y nada más. Pero pensé... “¿Este flaco no andará en alguna fulería, en algo fulero, y no quiere parlarla demasiado?”. Boludeces que a uno se le ocurren. Mirá cómo es uno de jodido, después de todo. Después el flaco se fue y no lo vi más. Lo buscamos, me acuerdo, durante toda la semana, para ver si no quería firmar para nosotros. Y no lo encontramos. Después volvió el Pacú y ya nos olvidamos del asunto.







Saludos y me voy a volar por ahí, y estoy convencido de ir

domingo, 16 de septiembre de 2007

Por Eduardo Sacheri

Y asi luquitas se abrio un blog jejejeje
Creo q tendra comentarios de todo un poco y mucho futbol rodara por estas paginas
Y asi empieza este blog con un cuento muy emotivo (por lo menos para mi) q no se como se llama jejejeje


El decidió, de entrada nomás, dejarlo en libertad. Tenía la idea de que los
amores no se imponen, ni siquiera se eligen. Pensaba que en todo caso eran
los amores los que optan, los que se reimponen a uno. Por eso, con cierta
prescindencia fatalista pensó que si tenia que ser, sería, y que si no, era
inútil gastar pólvora en chimangos.
No lo fue fácil, sin embargo. Sobre todo cuando en sus narices otros rivales
se lanzaron a tratar de convencerlo. Le costo sobreponerse, y aceptar
sonriendo a sus tíos y primos y cuñados y amigos y vecinos tentándolo a
raulito, ofreciéndole camisetas y pelotas y gorritos, a cambio de promesas
de fidelidad a sus propios cuadros. Tampoco dijo nada cuando sorprendió a
mas de uno de esos buitres futboleros enseñándole al chico lo cantitos de la
cancha, instruyéndolo subrepticiamente en las rivalidades históricas,
ensalzando las hipotéticas virtudes de los unos y vilipendiando las
supuestas taras infames de los otros.
El los dejo. Un poco por esa resignación que era tan suya. Y otro poco
porque a veces, en sus días tristes, sospechaba que tal vez fuese mejor así,
que la cadena de afectos inexplicables se cortase con él, sin involucrar a
su hijo. Que tal vez el chico terminase siendo mas feliz siendo hincha de
algún grande, saliendo campeón de vez en cuando, viendo la cancha llena,
comprando "El Grafico" con su ídolo en la tapa. Si al fin y al cabo el venia
sufriendo hacia? ¿Cuánto? Más de veinte años desde aquel campeonato. Y
después la debacle. Hasta el descenso había tenido que sufrir? hasta el
descenso. Y a la vuelta, la desilusión grande del 94.
Justo en la última fecha, será de Dios, en la última fecha. Si faltaba tan
poquito, un empate y listo? pero ni siquiera.
Por eso, seguramente, acepto con entereza que Raulito, desde los nueve, mas
o menos, empezase a decir que era de River, como el Tío Hugo; aunque en el
fondo mas recóndito de su ser, el sintiese sinceros deseos de pasar al Tío
Hugo, lenta y dulcemente, por la picadora de carne y la maquina de hacer
chorizos.
Es que, a solas consigo mismo, sabia que le hubiese encantado que Raulito
saliese uno de los suyos. Que ahora que ya tenía trece, ahora que era todo
un hombrecito, habría sido lindo ir juntos a la cancha. A la tarde,
tempranito en el tren y en el 118, hablando de bueyes perdidos, mirando el
partido de tercera acodados en el escalón de arriba, dejando pasar la vida.
Pero igual no cambiaba de idea. No señor. Que si tenia que ser que fuese, y
si no, no. Igual, y por si acaso, cultivó su propia planta de leyendas
mentirosas, como mantener viva su persistente esperanza. Y aunque le daba un
poco de vergüenza comparar al equipo del 73 con la Selección del 86, igual
seguía adelante, envalentonado en su propia pirotecnia falaz, enternecido en
la admiración dibujada en los ojos de Raulito.
Esa tarde, la inolvidable, la definitiva, empezó como todas, con el mate y
la radio en la mesita de hierro del patio. El padre decidió prevenirlo de
entrada:
-Mirá hijo que hoy juegan contra nosotros.
Raulito lo miro con curiosidad.
-¿Y que problema hay, pa?
El padre, feliz en la sencillez del chico, termino sonriendo:
-Tenés razón, Raulito, ¿Qué problema hay?
A los veinte minutos penal para River. El chico lo miro al padre, como
dudando. El lo tranquilizo a pesar de si mismo:
- Gritálo tranquilo, Raulito. Eso sí: si después hay un gol nuestro, no te
enojes si yo lo grito.
- No, papá, si no me enojo ?le aclaro, muy serio.
Después grito el gol, pero no mucho. Fue un grito breve, un poco tímido. El
padre lo palmeo.
-No seas tonto, Raúl, gritálo todo lo que quieras.
-Así esta bien, pa ?fue toda su respuesta.
Al rato vino el dos a cero. Ahí el chico lo miro primero, y después dio un
par de aplausos, y eso fue todo.
-Che, ¿Qué clase de hincha sos vos? ¿Así te enseñó tu Tío Hugo a gritar los
goles?
-No, pa, el los grita como loco. Como vos los grita.
-Y entonces grita tranquilo hijo. ?y después añadió, con un guiño:- ojo que
en el segundo tiempo capaz que grito yo, ¿eh?
Se sentía en paz, dueño de una felicidad sencilla y robusta. Casi ni se
acordaba de que iban perdiendo. Empezaba a pensar que tal vez no fuese tan
terrible que su hijo fuera de River. A lo mejor iban a poder ir a la cancha
igual, turnándose un domingo cada uno, si el fixture ayudaba.
El segundo tiempo siguió por el trillado sendero de la tragedia. Un
contraataque y tres a cero. El pibe ni siquiera hizo un gesto cuando el
relator vociferó la novedad a voz de cuello -Che, Raulito, ¿Estas dormido,
vos? ?El padre lo palmeo con afecto.
-No papi, -Zarandeaba las piernas cruzadas en el regazo, como cuando pensaba
en cosas complicadas.
Luego aventuró: -No sé, me da un poco de lastima.
El padre se rió con ganas
-Dejate de jorobar, Raúl, y difrutalo. Total un partido más? uno menos?
Aparte, cuidado, pibe? bromeo -mira que a lo mejor todavía se lo empatamos.
Para colmo, y como dándole la razón, al ratito vino el tres a uno. El padre
lanzo un gritito contenido, tenso, como el que habrían dado los jugadores,
saludándose apenas entre ellos, disputándole la pelota a un arquero con
ganas de enfriar la cosa, corriendo hacia el medio campo para ganar tiempo.
El hijo lo miro sin tristeza. Cuando sus ojos se cruzaron, ambos sonrieron.
-Te dije pibe, ojo con nosotros. Mira que somos bravos.
Por lo que decían en la radio, el partido se estaba poniendo bueno.
- Escucha, Raulito: los tenemos en un arco.
Pero el aviso era inútil. El chico seguía el relato concentrado, serio.
Acompañaba las jugadas trascendentes como patadas en el aire, como jugando
el también su parte del asunto. El padre sonrió. Como son los pibes. Se
posesionan de tal modo que se sienten ellos mismos protagonistas del
partido. En realidad, no solo los pibes: un par de semanas atrás el mismo
había hecho trizas el termo en un esfuerzo supremo por despejar al córner un
disparo bajo que iba a sobrar fatalmente al arquero.
A los treinta, más o menos, tiro de esquina sobre el área de River. El chico
seguía enchufadísimo. Hasta balanceaba ligeramente el cuerpo de un lado a
otro, como todo buen cabeceador esperando el momento de correr un par de
metros y madrugar al marcador y pegar el salto y conectar el frentazo. Pero
había algo que al padre no le cerraba, algo en el modo en que estaba parado,
algo en la expresión de sus ojos negros.
El corazón le dio un vuelco cuando comprendió: el pibe se estaba perfilando
de atacante, no de zaguero. El movimiento era para zafarse de un marcador
pegajoso, los ojos tenían el fuego de vení bola, vení que te mando a
guardar. El brazo derecho se alzaba en el gesto que se le hace al siete de
ponéla acá, justo acá por lo que más quieras.
El relato se suspendió en una nota aguda, una de esas notas que se alargan,
que perduran en el aire, mientras el relator decide si tiene que gritar o
decir que paso cerca. Igual no hizo falta, porque la hinchada, de atrás de
ese arco, lo grito primero, y el relator en todo caso se encaramo después de
ese alarido. El padre lo grito con ganas, entusiasmado. Tres a uno es una
cosa, pero tres a dos es otra bien distinta, y entonces?
Tuvo que interrumpirse de golpe en sus divagaciones. Porque a sus pies, al
costado de la mesita, de rodillas, de cara al cielo, gritando como si lo
estuvieran desollando, con los brazos extendidos y las palmas abiertas,
mezclando los chillidos de su vos de nene y los ronquidos incipientes de su
madurez en ciernes, estaba el pibe, el pibe ya sin vueltas, ya sin chance
alguna de retorno, ya inoculado para siempre con el veneno dulce del amor
perpetuo, ya ajeno para siempre a cualquier otra camiseta, mas allá de
cualquier dolor y de todas la glorias, dando al cielo el primer alarido
franco de su vida.
El padre se lo quedo mirando, impávido, hasta que el pibe se quedo sin vos y
volvió a sentarse. Tuvo miedo de pronunciar palabra, como si cualquier cosa
que dijese conllevara el riesgo de destruir ese hechizo de epopeya. El pibe,
igual, no lo miraba. Estaba ciego a cualquier cosa que no fuese esa cancha,
ese arco de sus desdichas, ese reloj fugaz y traicionero, ese relato
interminable de centros llovidos al área y despejes agónicos. Sobre todo eso
el padre pensó después, porque en ese momento, agobiado en la constatación
de su pequeño milagro íntimo, apenas le quedaba tiempo de mirarlo al pibe,
de comérselo con los ojos, de grabárselo para siempre en el recoveco más
recóndito de su alma.
En eso estaba cuando, ya en el descuento, River jugo mal al off-side y el
nueve se escapo con pelota dominada. El relato radial se trepo de nuevo a
uno de esos agudos oraculares. El pibe se puso de pie, incapaz ya de tolerar
la tensión de la jugada. Con el rugido de la hinchada de fondo, padre e hijo
contuvieron el aliento, con el alma pendiendo de ese nueve que entraba al
área a liquidar el pleito, que punteaba la pelota por encima del arquero,
buscando el segundo palo. El relato se cortó de pronto, y cuando continúo ya
lo hizo en un tono menor, para explicar lo inexplicable: la pelota besando
el travesaño y yendo a morir al techo de la red, ya inútil, ya sin sentido,
ya con el árbitro pitando el final.
El padre se volvió a mirarlo. El chico estaba rojo de l abronca, con los
ojos muy abiertos de tan incrédulos, con los puños apretados de impotencia.
Pensó primero en decir algo, como para tratar de mitigar ese dolor en carne
viva. Pero lo disuadió la certeza de que era mejor así, porque así eran
siempre las cosas, y las cosas no podían estar mal, si así eran siempre.
Los labios del chico se torcieron en una mueca, por fin se lazó en un llanto
desbocado. Ya era grande. Lo suficiente como para querer llorar a solas. Por
eso se levanto de pronto y corrió hasta su pieza. El padre escucho el
portazo, y no necesito verlo para saberlo derrumbado sobre su cama, confuso,
dolido, ignorante de qué debe hacer uno con el dolor y con la rabia.
El padre lo supo llorando a mares, y se recogió en esas lágrimas. Porque uno
puede decir que es de muchos cuadros. Uno puede cambiar de idea varias
veces. Sobre todo si abundan los tíos y los primos grandes, dispuestos a
comprar con pelotas y camisetas la fidelidad de un corazón novato. Pero una
vez que uno llora por un cuadro, la cosa esta terminada. Ya no hay vuelta
atrás. No hay caso. De la alegría se puede volver, tal vez. Pero no de las
lágrimas. Porque cuando uno sufre por su cuadro, tiene un agujero
inentendible en las entrañas. Y no se lo llena nada. O mejor dicho, solo se
le llena con una sola cosa? con ganar el domingo que viene. De manera que
asunto concluido. La suerte está echada. Nosotros acá, el resto enfrente.
Algunos más amigos, otros menos. Pero de este lado nosotros, los de acá, los
que no tenemos en común, tal vez, victoria alguna, pero que compartimos las
lágrimas de un montón de derrotas.
Cuando su mujer salió al patio, extrañada de que su marido siguiese al
sereno en el atardecer frió del otoño, lo encontró llorando a él también,
pero unas lagrimas gordas, densas, de esas que abren surcos pegajosos en su
camino, de esas que uno llora cuando esta demasiado feliz como para
sencillamente reírse.
-¿Se puede saber que les pasa? ?pregunto la mujer confundida. El la miró,
sin preocuparse siquiera de ocultar sus lagrimas-: Hace rato que Raulito
entró a su pieza y dio un portazo, y me dice que no quiere que entre, y se
lo escucha llorar y llorar como loco. Y ahora salgo y te veo a vos también
moqueando ¿Me queres explicar qué cuernos pasa?
El hombre la considero con benevolencia. ¿Qué otra cosa podía hacer?
¿Intentar explicarle? ¿Cómo? Se conformo con mirarla, mientras seguía
sintiendo el fluir del tiempo en el gotero de cristal de ese momento
indestructible.
-Seguro que le ganaron a River y vos lo cachaste al chico, ¿no? Seguro que
te la agarraste con el nene, ¿no? ?Ella lo miraba con gesto de severo reproche -Semejante grandulón, ¿No te da vergüenza?
-No, Graciela, no le hice nada. Si River ganó 3-2. Al chico no le dije nada,
te juro ?respondió con calma, desde la cima de su paz reconquistada.
-Pero entonces no entiendo nada ¿Me decís que gano River, y el nene está
llorando como loco encerrado en su pieza?
-Si, Graciela. Ganó River. Pero el pibe no es de River, Graciela. ?Y se
sintió reconciliado con la vida, eufórico, agradecido, emocionado; dueño
legítimo y absoluto de las palabras que iba a pronunciar. Después se
incorporó, porque cosas así se dicen de parado:- Lo que pasa es que Raulito
es de Huracán, Graciela? ¡¡¡DE HURACAN!!!




saludos y hasta la vuelta

Datos personales

en algun lugar, de este mundo, Christmas Island