sábado, 2 de agosto de 2008

El sueño del pibe!

Yo quería ser arquero, desde que nací, calculo que más por una cuestión de facilidad y simpleza que de otra cosa, pero en fin, esa era la cuestión, arquero, con guantes grandes y camiseta de mangas largas, de esas que tienen un uno en letra arial tamaño setenta y dos en la espalda, para que se sepa, señores concurrentes, fanáticos, niños y abuelos, que aquí está, ha llegado en un estado magnífico, el arquero de nuestro equipo, Club Atlético Huracán, pueden ustedes disfrutarlo ahora que ya lo tienen aquí, frente a sus ojos señores, el mejor arquero de nuestro país, Gonzalo Fuentes, ¡Un aplauso por favor!. Qué mierda, tanta pavada.

La cosa era mi viejo, insoportablemente tan mío que daba pena saberlo tanto, hasta en los sueños, hasta en los recreos de la escuela, saberlo y acordarme a cada instante que era mi viejo.

Para ese entonces, a mis diez años ya había aprendido yo como se vende un diario en una esquina de Buenos Aires, buenos días señor, ¿Ya compró su diario? Por favor, así puedo seguir estudiando, mis padres no pueden pagarme las cosas de la escuela, bla, bla, bla, y así caían, como moscas pobre gente, porque al final, yo me terminaba gastando la plata en figuritas de fútbol y alguna que otra bolita que me gustara mucho y que nadie quisiera apostar, porque sino se las ganaba en los recreos a los pibes de la escuela y me guardaba la plata. La cosa, era que cuando la maestra pedía que llevemos un mapa, o un compás nuevo, o tenía que comprar un cuaderno, estaba frito, porque ya me había gastado toda la plata, y el viejo decía que si yo quería estudiar, que estudiara, pero que él no me iba a dar un peso, porque a mi edad él ya estaba rastrillando los campos con el abuelo y que ya sabía manejar, aunque yo no le creía nada, y aún hoy no le creo, porque es tan mentiroso como doña María, la vecina de acá a la vuelta que me vive regalando caramelos de naranja que a mí no me pasan por la garganta de tan feos que son, pero igual me los como porque sino papá dice que soy un desagradecido, un mal criado de porquería, y que todo es culpa de mamá, que siempre me anda cubriendo y haciendo los gustos, y ahí empieza la bataola, entonces me los como, con asco, pero me los como, los paso rápido por la garganta y trato de olvidarme de que tengo papilas gustativas, como todos.

Los partidos del domingo eran en lo que pensaba toda la semana, aunque nunca podía entrar a la cancha, porque papá tenía un amigo que trabajaba ahí, en la puerta de entrada, entonces ya me conocía, él y todos los de las demás puertas, porque el pibe tiene terminantemente prohibida la entrada hasta que no se dedique a laburar como se debe, Cachito, no vendiendo tres diarios de mierda a la mañana antes de ir a la escuela como si fuera una nenita, vos sabés, como yo, lo que es laburar Cachito, yo no creo que se anime a contradecirme, más sabiendo que estás vos acá, y que lo conoces, pero nunca se sabe ¿Viste?, los pibes vienen bravos ahora, cuando yo era chico, bastaba con que mi viejo levantara la mirada, ahora te tenés que sacar el cinto y ponérselo en la espalda capaz, porque te miran con esos ojos, creyéndose más que vos, que a mí me dan ganas de matarlo, qué querés que te diga, ahora andan mucho con eso de que hay que hablar tranquilos y que todo se soluciona así, pero para mí eso no funciona ni medio, ni medio. Así que ya sabés, si lo ves rondando, dejalo nomás, ahora cuando se atreva a entrar ponele un cachetazo y mandalo pa’ afuera, yo te lo permito sabés, si vos sos como mi hermano Cachito, y me avisás enseguidita que yo lo vengo a buscar y ahí si se las va a ver conmigo, ahí sí.

Cachito no era malo, pero sabía que el viejo era como era, así de repugnante y autoritario como él solo, entonces no me podía dejar pasar, más porque se imaginaba la que se me venía después a mí, en casa, con el cinto de cuero y la chancleta de goma.

Yo me conformaba rondando la cancha, viendo las banderas y los gorros, y las camisetas de la gente eufórica cantando las canciones de cancha que siempre se cantan en las canchas, porque en ese tiempo solo se cantaban en las canchas de futbol, cuando se veían enfrentadas las tribunas como titanes de diez mil ojos y diez mil manos, saltando con tantos pies que parecía que se iba a derrumbar la ciudad entera de alegría, y de furia, y de impotencia, y de llanto, y de tantas cosas que yo sabía que se sentían ahí dentro, cuando aparecían los jugadores y entre gambetas y sombreritos tiraban la pelota con tanta puntería, o con tan poca…pero todo eso lo descubrí unos años después, mientras tanto no me atreví a pisar la boletería para comprar una popular. Me conformé yendo al club del barrio, el Pedro Echagüe, y empecé mirando los entrenamientos de los pibes, muchos que iban a mi escuela y otros que no, me sentaba en la tribuna con las figuritas en los bolsillos para ver si alguno quería cambiarme cuando terminaran y miraba como el entrenador les gritaba que así no Hernán, tenés que ir por la derecha che, y vos Mariano, marcalo a Julián que sabes que si se te escapa te mete el gol, vamos, vamos, sigan che que nos quedan quince minutos nomás, quince. Gol, a mí sí que esos pescados no me metían un gol ni por magia, eran unos salames, pero eran los que estaban adentro de la cancha, eran ellos, no yo, eran ellos porque seguro tenían un padre que los quería jugando a la pelota no trabajando, como todos los padres, eran ellos porque seguro tenían un padre que les comprara mapas, figuritas, compases, y cuadernos nuevos cuando se lo pidieran, eran ellos porque nunca se habían levantado a las cinco de la mañana a pasar por lo de Roberto y decirle dame diez nomás hoy, no hay muchas noticias nuevas ¿Verdad? Si dame diez que más no creo que se vendan, cualquier cosa después vuelvo, Gracias Roberto, hasta luego.

Así estuve como tres meses, yendo todos los días al club a mirar desde las gradas de madera húmeda y vieja que los domingos rebalsaba de gente del barrio alentando por sus sobrinos, o sus hijos, o sus nietos, de pancheros y pochocleros, y señoras que vendían café y torta para la cooperadora del club, que cada vez se venía más abajo a pesar de que cobraban tan altas las cuotas que casi nadie podía ir a practicar ningún deporte. Pero yo, domingo por medio no iba , caminaba hasta la cancha (porque era más lindo que tomarme el colectivo, se hacía más largo) a vivir desde afuera los partidos de Huracán, con una radio de bolsillo que casi nunca podía escuchar muy bien por todos los ruidos que venían desde ahí dentro, total Cachito sabía que yo podía andar por ahí, pero no meterme.

No sé ni cómo ni por qué, un día el entrenador del Echagüe, me preguntó que de qué jugaba yo, y por supuesto le dije que de arquero, y que yo era muy bueno señor, a mi hermano mayor, que ya tiene catorce y patea muy fuerte siempre le atajo los penales en el patio de mi casa, que es re chiquitito, y mi tío, el hermano de mi mamá una vez me vio atajando y me quiso llevar a probar a River, pero mi papá lo sacó a las patadas y le dijo que yo no era para jugar al fútbol, que eso era para los ricos, que no tienen que andar trabajando, porque todo les llueve del cielo, como a él, y mi tío nunca más volvió, pero cuando habla por teléfono con mi mamá siempre le dice que lo convenza a mi viejo para que me lleve a probar a River, porque soy muy bueno, muy bueno, señor. El tipo me contestó que eso había que verlo, que seguramente yo le decía la verdad y que mi tío no se equivocaba pero que había que verlo, venite el jueves cuando salgas de la escuela que a nosotros justo nos falta un arquero, llegá temprano eh, porque sino, empezamos sin vos y perdés la oportunidad, yo te aviso. Eso fue un lunes, así que me dio tiempo a pensar qué inventar para salir el jueves después de la escuela, porque los únicos días que tenía permiso para salir eran los lunes y los miércoles, y hasta las siete nomás, entonces se me ocurrió decirle a papá, que en el Echagüe me habían pedido si no iba el jueves a atender el bufet, que me daban tres pesos y las propinas, y me dejó. Para eso, tuve que juntar la plata de los diarios los cuatro días antes y no comprarme ni figuritas ni nada para la escuela, y así poder mostrarle a papá que me habían pagado. Por suerte, llegué a los seis pesos con la venta, y ya podía taparle la bocota de elefante a papá que siempre andaba presumiéndose y desmereciéndome el trabajo a mí.

Cuando llegué, el profesor me presentó a todos los pibes, y ahí nomás ya me di cuenta de que con ese Julián, que tenía tanta fama de goleador, íbamos a terminar mal, pero igual me hice el bueno y le di la mano, como dice papá que se saludan los hombres, entonces él le pregunto al entrenador “¿Y éste va a jugar así, de alpargatas, jajaj?” todos los pibes se rieron con él, y yo creí que podía matarlos a todos juntos y al mismo tiempo de tanta bronca que tenía por la garganta, entonces el profesor le contestó que no, que mi mamá recién me había alcanzado los botines, porque yo era tan despistado que me los había olvidado en mi casa, y me trajo un par de botines usados, negros y verdes, que no sé de dónde sacó porque mi mamá tampoco sabía que yo iba a jugar y yo no me había puesto botines en los pies en toda mi vida de pobre (así me quedaron los pies después de terminar, toditos llagados) Empezamos a jugar, a mí me tocó para el equipo azul, y el tal Julián para el rojo. Íbamos empatando cuatro a cuatro y en el último minuto, Mariano, le hizo un penal que iba a patear Julián. Ese era mi momento, el momento de demostrarle al profesor que yo no le había mentido y que mi tío no se había equivocado, y que él cuando me pidió que vaya a jugar tampoco, tenía que atajarlo sí o sí, más con la ventaja de conocerle la patada a Julián de todas las veces que había estado sentado en las gradas mirando los partidos, sabiendo que casi siempre pateaba abajo a la derecha, como una nena, así que apenas sonó el silbato, yo ya estaba tirado en el piso con la pelota de cuero entre las manos, rebalsándome de alegría y orgullo de mi mismo, como nunca había sentido tanto de mí, ni siquiera el día que había vendido casi treinta diarios en tres horas y media, ni siquiera ese día tantas cosquillas en las venas. Pero el muy tonto de Julián empezó a gritar como un loquito de que yo me había adelantado, de que no puede ser que en este club juegue un canillita de morondanga que ni siquiera trae botines y que encima el profesor lo defienda, si usted lo vio entrenador, lo vio que se adelantó, no me diga que no, ¡Es injusto! El entrenador, dijo que se había acabado la discusión, y que el partido terminaba ahí, empatado cuatro a cuatro, como los grandes clásicos, y que no hay que desacatarse nunca tanto como había echo Julián, porque lo único que vamos a conseguir es una expulsión y con justa razón, porque para discutir así se es abogado no jugador de fútbol, los problemas, y las injusticias, como ustedes le llaman se arreglan en la cancha, y con la pelota no con el árbitro, se acabó, todos a los vestuarios, no vemos el lunes, a la misma hora. Yo ni fui al vestuario, me saqué los botines y le pregunté al profesor si quería que se los lavara, me dijo que no, entonces me quedé por ahí, mirando los trofeos un rato. Afuera me estaba esperando Julián, con otros tres que ni me acuerdo como se llamaban, pero que me dieron nomás cuando estaba en el piso, porque primero nos dejaron pelear mano a mano, y nos golpeamos como luchadores, con patadas y piñas y con todo lo que pudiera imaginarse, una locura. A penas me dejaron, entré al club para lavarme un poco, porque estaba lleno de barro y de sangre, y ahí fue cuando el profesor me vio hecho un desastre, y me preguntó que qué había pasado y cuando le conté se puso como loco y dijo que Julián lo iba a escuchar el lunes siguiente, que no se puede andar boxeando por la vida solamente porque a uno le atajan un penal. Y me dijo también, que al final, yo tenía razón, que era muy bueno y que íbamos a ver qué hacíamos conmigo, porque era muy buen arquero, y no se podía desperdiciarme en ese club.

La cosa fue entrar a casa, porque papa se avivó enseguidita de que yo había andado a las piñas, y me preguntó por qué, y entonces yo le dije que había un pibe en el club al que yo no le caía muy bien, y entonces sin preguntarme más nada me mandó a dormir sin cenar, porque ni hace falta pegarte si ya te fajaron como si fueras una nenita, ¡Maricón! ¡Tomátelas de mi vista! Hacé el favor, y no volvés más al club de porquería ese, que me hacés pasar vergüenza nomás, ¡No te quiero ver más ahí! ¿Me escuchaste no? Y no fui más, por las dudas, y así se enterró por unos años mi suerte de arquero en una casa de paredes húmedas y tristeza por todas partes, y seguí vendiendo diarios hasta los catorce cuando tuve la suerte de que don Ismael me tomara como empleado de su almacén en Lugano, y que con el tiempo me diera la piecita de arriba para que no viajara tanto y no gastara tanto pasaje y así pudiera guardarme unos pesitos, porque él decía que siempre hay que ahorrar, sin saber para qué, porque nunca se sabe, esta vida...Y así me conformé un poco con esto, un poco con aquello otro y fui haciéndome adulto, como mi viejo había querido que sea desde que me tuvo en bazos por primera vez y dijo, este no me va a fallar nunca Sara, este vas a ver que no.

Pero antes de terminar de envejecer joven, me pasó algo que no me dejó morir en vida, como mi vieja pobrecita, que desde que lo conoció a papá estaba como una planta. Un domingo, que andaba yo rondando la cancha de huracán, como tantos domingos de mi vida, decidí entrar, porque aunque ya no viviera con él y pudiera decidir solo que cosa hacer y que cosa no, tenía adentro su voz amenazándome a mí y a mamá. Cachito todavía andaba por ahí, aunque capaz no diga nada o capaz no me reconoce, y si dice que diga, total mamá ya me tiene a mí, lo puede dejar si quiere, algo vamos a inventar, ma sí, yo entro. Y entré, me guardé la entrada como si fuera una reliquia y aún hoy, casi treinta años después la miro de vez en cuando y lloro de nostalgia por ese día. El partido terminó dos a uno, a favor del globo, que por esas épocas andaba de lujo. Peor no quería irme, no quería irme nunca si hubiese podido, porque en ese momento sí sabía y sentía todo lo que había imaginado antes, como un boludo, del otro lado de la puerta. En algún momento, un hombre vino a decirme que me fuera por favor, que la cancha se cerraría en un momento y que no puede quedarse aquí, a menos que quiera pasar la noche muerto de frío. Salí, y me quedé un rato más del lado de afuera. Y apareció el entrenador. Estaba trabajando de ayudante del director técnico de huracán, don Julio Giménez, uno de los goleadores más importantes de la historia del club, y el mejor pateador de penales que se haya conocido. El tipo me reconoció, y vino a saludarme y a preguntarme como andaba y qué era de mi vida, le conté un poco lo que había pasado desde aquel día en que me maté con Julián, pero no me dejó terminar y me dijo: yo te debo una pibe, ahora es un poco tarde, no ahora mismo digo, que ya pasaron los años, pero no te creas que me olvidé de vos, me imagino que no estás jugando de arquero pero a mi me demostraste cuán bueno sos, a ver si se lo podes de mostrar a otro, ¡Julio! Vení un cacho che que te quiero presentar un arquero de aquellos, vas a ver, este lo tuve yo de chiquito, es muy bueno eh, pasa que no ha podido probarse en ningún lado, cuestiones de la vida viste, pero no sé, ¿Podremos hacer algo por él? Gimenez, medio frío le dijo que sí, pero que había que ver que si yo era tan bueno como él decía, porque vos andas siempre exagerando de tus alumnos, ya ni sé si creerte o no, ¿Vos pibe te animas a atajarme unos penales?, ahora mismo digo, ya, yo te pateo tres y veo cómo andás, pero si me atajás uno nomás, te prometo que te meto en las inferiores, porque vos no tenés más de quince ¿No? Te doy mi palabra.

Y entramos. Los primeros dos me los metió como una bala en el corazón, pero para el tercero me prepare como si fuese a atajar el último penal de mi vida, porque era más o menos así, el último, ese o nunca. Sudando frío y con las piernas temblando, le miré la cara de ganador a Giménez que sabía que era prácticamente imposible que yo atajara, que sabía que a mí se estaban enredando los dedos de las manos como una bola de lana, y yo escuché el silbato del entrenador otra vez, que nuevamente servía de árbitro y me tiré abajo y al centro, y sentí como la pelota me reventaba los órganos y me quemaba entre las manos, pero me la aguanté y entonces, supe que le había atajado un penal al mejor pateador de penales de mi país, supe que era mejor que cualquier otro, aunque muchos le hubiesen atajado otros penales, no importaba, yo era el mejor de todos, el más grande, y me estaba pudriendo en un almacén de lugano vendiendo fideos sueltos y dulce de leche en vasitos.

Inmediatamente, fui para lo de mis viejos, y me atendió mi mamá llorando como una loca, gritándome que a papá le había dado un ataque al corazón, parecía, y que los de la ambulancia se tardaban tanto en venir como si estuvieran en medio del desierto. Caminé hasta la habitación de mi viejo y lo vi tendido en la cama, como si ya estuviera muerto pero como si siguiera vivo para molestarnos a todos, entonces me acerqué a él que me preguntó si me había acordado de que tengo familia, y que si ese tal Ismael me había permitido salir de ese almacensucho de mierda, casi sin voz, porque ya no podía más, entonces me acerqué un poco más y le dije al oído que no, que venía de atajar el penal más lindo de la historia, y que seguramente me viera jugar en la primera de huracán en un tiempo, si es que sobrevive a este ataque, que bien merecido lo tiene viejo, pero que no se cómo le dio, porque siempre creí, hasta el día de hoy, que nadie en el mundo pudiera tener menos corazón que usted, pero ya ve cómo no, viejito, a todos nos llega la muerte, no se le escape viejo, que aquí nadie lo necesita, muérase tranquilo, que ahora yo, arquero de huracán, puedo hacerme cargo de la familia, y mejor que usted, mírelo desde el cielo sino.

Yo creo que se terminó muriendo de rabia y no por el ataque que le había dado minutos antes, pero en fin, se murió, que era lo que todos queríamos, hasta mamá que siguió llorando por él mucho tiempo, pero que no se perdió ni un partido mío.

Noelia Bonomini











Gracias Noe, por el cuento este, y por el otro de los títeres, le das vida a mi blog (?) Y le puse nombre al cuento, porq me lo mandaste sin nombre, ortiva ¬¬

Y ahora te debo algo, te traigo una piedrita del día Sábado de La Vela jajajaja

Datos personales

en algun lugar, de este mundo, Christmas Island